Fotografía: Pixabay
Por: Estefanía Berrío.
Si bien, la llegada del COVID-19 al mundo ha sido motivo para reestructurar los planes que teníamos al iniciar el 2020 y este flagelo no ha sido indiferente para las empresas de todo tipo y tamaño a escala mundial, esto, debido a que la aplicación estratégica de modelos y teorías en la gestión de las diferentes áreas que tiene una unidad productiva (empresa) para lograr sus objetivos a través del uso óptimo de sus recursos humanos, físicos y económicos, estaba planteada en condiciones estables y permanentes. Para entender un poco acerca de cómo funcionan las empresas, es preciso hablar sobre los elementos de la administración, la cual es la ciencia que permite planear, ejecutar, evaluar y establecer planes de mejora continua para garantizar la plena operación de las empresas.
Prueba de que las estrategias administrativas nunca contemplaron eventos fortuitos es el modelo del just-in-time o justo a tiempo (JIT por sus siglas en inglés). El JIT es a grandes rasgos un método de uso máximo de recursos con la cantidad mínima posible de inventarios. Este sistema fue desarrollado en 1980 en Japón, por la reconocida fábrica de automóviles, Toyota. Algunos casos de éxito, por supuesto, antes del nuevo coronavirus, son las cadenas de comida rápida que utilizan el inventario necesario para atender a sus clientes a diario, ya que sus materias primas son perecederas y requieren de constante abastecimiento.
JIT suena como algo que requiere alta atención al detalle y, de hecho, es un método que implica alta organización, aplicación de mecanismos de control a los procesos y procedimientos o tareas “pequeñas” que conforman a los procesos, así como implementación de sistemas de gestión de la calidad que garanticen el contante monitoreo de los suministros implicados en la producción. Este método, aunque minucioso, trae consigo importantes ventajas como la precisión al presupuestar materias primas, conocimiento efectivo de los gastos operacionales y como consecuencia, permitiría establecer una política de precios mucho más competitiva ante el mercado.
Sin embargo, no todo es color de rosa para las empresas que aplican este método, ya que, al carecer de alguno de los suministros, toda la línea de producción puede sufrir importantes atrasos y esto a su vez impacta de forma negativa los gastos operacionales. También implica dificultades en el momento en que se requiera realizar un cambio de suministrador, ya que difícilmente, los precios de las materias primas son los mismos de proveedor a proveedor. Esta falencia se evidenció con la llegada del COVID-19, ya que, se paralizó abrupta y forzosamente la producción e inevitablemente se perdieron clientes y proveedores debido a la contingencia mundial para la que nadie estaba preparado.
A pesar de ser una situación totalmente atípica, la otra cara de la moneda demuestra que mientras hubo modelos que frágilmente cayeron, otros se fortalecieron y vieron en la crisis, una oportunidad de fortalecimiento y evolución, tal es el caso del Benchmarking. Este método toma como referencia los productos, servicios o estrategias de competidores líderes, para compararlos y posteriormente implementar mejoras en la empresa propia.
Tras el COVID-19, las empresas se vieron forzadas a disminuir sus cadenas productivas, lo cual abrió la ventana de la oportunidad para empezar a analizar como otras empresas estaban sobreviviendo a la crisis y fue precisamente la contingencia la que rompió cadenas de resistencia al cambio, ya que las condiciones obligaron a replantear las estrategias tanto con cliente interno (empleados) cono clientes externos (consumidores finales).
Como se evidencia, el cambio es una constante. La lección que deja para las empresas y en general para las personas es que, no podemos tener planes para toda situación, hasta la más impensable, sino que la clave de la evolución es la adaptabilidad a nuevas condiciones. La capacidad de migrar de una condición a otra es determinante para resistir ante tiempos difíciles.